- ¿Qué es la cosidad? –dijo la Maga.

- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.


domingo, 4 de abril de 2010

Julio Cortázar

No fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto. En las numerosas fotos que se hicieron después de su muerte, una lluviosa mañana de febrero de 1984. (Cuántas veces, Julio, habíamos recordado juntos aquellos versos de César Vallejo: "Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo".) No quise compartir la dudosa complicidad de los precariamente vivos, de los supervivientes. Aborrezco la muerte y los ritos funerarios. Había otra razón profunda: me negaba a aceptar que Julio fuera mortal, y prefería recordarlo vivo, eternamente joven (bromeábamos, a veces, sobre su aspecto juvenil, como Dorian Gray. "Sólo que yo no me voy a despertar un día convertido en un anciano decrépito y asqueroso", decías, sonriente y convencido), sano, viajero, a veces un poco melancólico ("la literatura es cosa de melancólicos": hice esa anotación en una servilleta en la cafetería La Puñalada, de Barcelona. Respondió, debajo, y me devolvió la servilleta: "¿Quién no es un poco melancólico a las seis de la tarde de otoño, en una calle de París o de Barcelona, de Buenos Aires, o de Montevideo?") y siempre lúdico.


(Cristina Peri-Rossi)

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