- ¿Qué es la cosidad? –dijo la Maga.

- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.


viernes, 16 de abril de 2010

Caótica y perfecta

Caótica y perfecta,
acróbata y nocturna:
amo a esta ciudad enferma.

Lamo su áspero asfalto,
a cuatro patas,
y palpo la grietas de su cielo herido.

Esta ciudad se sobrepasa a si misma
y se desborda.

La amo como un perro.

Esta ciudad no es solo la suma
de las cosas que contiene
(las personas, los mendigos,
los agujeros negros del techno,
una colección completa de delirios)

Es la suma de todo eso y algo más:
esta ciudad es una bestia horrenda
que me engulle al atardecer
y que devuelve
-delicada-
mi cuerpo desvalido
al alba.

Oigo su respiración ronca,
sus latidos,
se levanta furiosa sobre dos patas,
vibra mi miedo,
clava sus garras.
 Caótica y perfecta,
acróbata y nocturna
amo a esta ciudad invertebrada.

Madrid:
quiero follármela.


[Sergio C. Fanjul]

Dejar cumplido

Dejar cumplido. El qué,
no importa. Irse dejando atrás
pocas cosas. Sólo objetos. Con
las cosas se hereda la tarea
del olvido. Clausurar el recuerdo.
Desprenderse en vida.
Lo indispensable acompañando.


[Chantal Maillard]

Exit

En noches como ésta
los balances no ayudan demasiado.
Los recuerdos te escupen a la cara
y desde algún lugar del corazón
te arrojan trapos sucios.

 No grites. A estas horas
no ha de escucharte nadie.

 Sería preferible
que a golpes de martillo
desclavaras tu culpa de las cosas que amas.
No busques una excusa para retroceder
ni pongas esa cara de perro apaleado.
La noche te ha elegido y eso es todo.
Sabes que no hay salida de emergencias.



[Katy Parra]

Alicia en el País de las Maravillas

- ¿Puede decirme, por favor, qué camino debo tomar?

 - Eso depende de a dónde quieras llegar.

- No me importa demasiado dónde…

- Entonces no importa demasiado el camino que cojas.

- … mientras llegue a algún lugar.

- Seguro que llegas a algún lugar. Sólo tienes que caminar el tiempo suficiente.


[L.Carroll]

III

Me pasé un mes
preguntándole a toda clase de personas
- hombres y mujeres -
si habían soñado que se acostaban con sus madres
y ellos
- hombres y mujeres -
me decían que no
que de ninguna manera
ellos y ellas no soñarían con esas porquerías

 - una sucia cosa de ésas -

hasta que me di cuenta
de que no tenían madres guapas.


[Cristina Peri Rossi]

La insoportable levedad del ser (II)

Entre los hombres que van tras muchas mujeres podemos distinguir fácilmente dos categorías. Unos buscan en todas las mujeres su propio sueño, subjetivo y siempre igual, sobre la mujer. Los segundos son impulsados por el deseo de apoderarse de la infinita variedad del mundo objetivo de la mujer.

La obsesión de los primeros es lírica: se buscan a sí mismos en las mujeres, buscan su ideal y se ven repetidamente desengañados porque una idea es, como sabemos, aquello que nunca puede encontrarse. El desengaño que los lleva de una mujer a otra le brinda a su inconstancia cierta disculpa romántica, de modo que muchas mujeres sentimentales pueden sentirse conmovidas por su terca poligamia.

La segunda obsesión es épica y las mujeres no ven en ella nada conmovedor: el hombre no proyecta sobre las mujeres un ideal subjetivo; por eso todo le resulta interesante y nada puede desengañarlo. Y es precisamente esa incapacidad para el desengaño la que contiene algo de escandaloso. La obsesión del mujeriego épico produce a la gente la impresión de que no se ha pagado nada a cambio de ella (no se ha pagado con el desengaño).
 
[M.Kundera]

El retrato de Dorian Gray (IV)

- No me hables de esas cosas. Lo hecho, hecho está. El pasado es el pasado.

- ¿Llamas pasado a ayer?

- ¿Qué importa el tiempo real que haya pasado? Sólo la gente superficial necesita años para librarse de una emoción. Un hombre dueño de sí mismo puede acabar con una pena tan fácilmente como inventa un placer. No quiero estar a merced de mis emociones.
 
 
[Oscar Wilde]

Llámame

Tu padre se está metiendo coca, tu madre
no te deja estar, y ahora que por fin habías decidido
desechar otros vicios que no fueran
el condenado tabaco y el café.


Llegas a casa, enciendes la T.V.
Trasplantes de hígado, qué comemos,
tensión en Pakistán.
Las enfermedades del recto.
Que lo hagas con control.


Se te ha muerto un amigo de la infancia
de algo que ni siquiera sabes pronunciar.
Se te ha averiado el coche
en pleno atasco. La semana pasada se llevaron
el teléfono, la que viene te van a cortar
la luz.
No puedes pagar el alquiler, trabajas
para un imbécil, y tu mujer te dice que quizá
ya vaya siendo hora de tener un hijo.
Tal vez dos.


Pero ya lo sabes, viejo, que te quiero.
Son cinco duros.
Llámame.



[Roger Wolfe]

Casada

En el hombro la herida me latía
como un segundo corazón. Si a ella
le dolía también, no me lo dijo.
La puerta se cerró. Por un momento
nos abrazamos, y eso era la vida.
Pero volvió el dolor, volvió la niebla
sobre mis ojos y frente a mis labios.
Y volverían dudas y reproches,
y la herida del hombro, y su marido.



[L.A. de Cuenca]

domingo, 4 de abril de 2010

Noche de ronda


"En otro tiempo hubieras empleado la noche
en hablarle de libros y de viejas películas.
Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas
les aburren los tipos llenos de nombres propios,
que tu bachillerato les tiene sin cuidado.
De modo que le dejas tomar la iniciativa,
desconectas y finges que escuchas sus historias,
que invariablemente -recuerdas de otras veces-
versan sobre el amor, los viajes, la dietética,
su familia, el verano, la buena forma física,
el más allá, las drogas y el arte postmodemo.
De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos
con los tuyos, rozando levemente sus muslos,
y elevas a los cielos una angustiosa súplica
para que aquella farsa termine cuanto antes.
Pasarán, sin embargo, todavía unas horas
hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos
y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,
que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,
será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,
saldrás roto a la calle en busca de una taza
de café gigantesca, maldiciendo las copas
que arruinaron tu hígado en la estúpida noche
 pensando que, al cabo, merece más la pena
no comerse una rosca y hablarles de tus libros,
amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.
O buscarse una sorda para que nada falte.


(Luis Alberto de Cuenca)

Tu rostro mañana (I)


Más de una vez se me dijo que era un don que tenía y así me lo mostró Peter Wheeler, que fue quien me alertó al explicármelo y describírmelo, las cosas no acaban de existir hasta que se las nombra, eso todo el mundo lo sabe o lo intuye. Ese don yo lo veo en cambio como maldición a veces, y eso que ahora suelo ceñirme a las tres primeras actividades, que son calladas e interiores y de la conciencia y no tienen por qué afectar a nadie más que a uno mismo, y sólo cuento cuando no hay más remedio o se me pide insistentemente. Porque en mi época profesional de Londres, o digamos retribuida, aprendí que lo que tan sólo ocurre no nos afecta apenas o no más que lo que no ocurre, sino su relato (también el de lo que no ocurre), que es indefectiblemente impreciso, traicionero, aproximativo y en el fondo nulo.


(J.Marías)

La dicha perfecta

Nos sabíamos convidados a la fiesta
de la dicha perfecta.
La fiesta es legado de los dioses
para los seres puros.

Lo sabíamos
desde el prodigio inicial de las miradas,
desde el asombro de todas las palabras,
desde la mañana anterior a los recuerdos
y su parvo acontecer de la nostalgia,
desde el prestigio inviolable de los sueños
y su densa espiral de irrealidades.

El alma virginal
tallada en cristal vivo,
el cuerpo ennoblecido de erótico linaje
llegamos a la fiesta de la dicha perfecta.
pero nos fue vedada,
no se admitían máscaras.


(Alba Uribe)

Cansancio

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.



(Oliverio Girondo)

Rayuela (II)

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.


(J.Cortázar)

Julio Cortázar

No fui al entierro de Julio Cortázar. No estoy en la foto. En las numerosas fotos que se hicieron después de su muerte, una lluviosa mañana de febrero de 1984. (Cuántas veces, Julio, habíamos recordado juntos aquellos versos de César Vallejo: "Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo".) No quise compartir la dudosa complicidad de los precariamente vivos, de los supervivientes. Aborrezco la muerte y los ritos funerarios. Había otra razón profunda: me negaba a aceptar que Julio fuera mortal, y prefería recordarlo vivo, eternamente joven (bromeábamos, a veces, sobre su aspecto juvenil, como Dorian Gray. "Sólo que yo no me voy a despertar un día convertido en un anciano decrépito y asqueroso", decías, sonriente y convencido), sano, viajero, a veces un poco melancólico ("la literatura es cosa de melancólicos": hice esa anotación en una servilleta en la cafetería La Puñalada, de Barcelona. Respondió, debajo, y me devolvió la servilleta: "¿Quién no es un poco melancólico a las seis de la tarde de otoño, en una calle de París o de Barcelona, de Buenos Aires, o de Montevideo?") y siempre lúdico.


(Cristina Peri-Rossi)

Croniria

Me gusta amarte hincada de rodillas.
Aquí, tan desde abajo, tan cerca de la tierra
relamo el palpitar de tu cuidado
y centro mi delicia en el transcurso.

No es de extrañar que el mundo sea redondo.
¿Qué forma iba a adoptar, sino la de mi boca?
 
 
(Raquel Lanseros)

Sálvese quien sepa cómo

Hace 300 días
que recorro los lindes de tu bosque
y tu cara ya no es tuya
ojos que pueden ser de otro,
perfiles, narices de formas imprecisas, abarcables.

Atrapé la maceta antes de caer
sobre tus cielo.

Colonicé tus tejados
con lluvia.
Me arrepentí de mis nocturnidades
mientras apago mi borrachera.

Hace 300 años que me encojo
a tu entrada
retrocedo
me escondo en una de tus botas
exploro bajo tu alfombra
el sonido de tu tele a medianoche
tú dormido,
baba colgando,
afuera nieva.

La luz que se va,
saltan los plomos.
Trato de arropar tus desvaríos,
de colmar de barcos
cada una de tus tempestades,
de hacerte zumos de limón y azúcar
y curas de sueño
entre mis pechos.

Trato de partir pronto,
de no hacer ruido,
procurar oídos sordos
a cada uno de tus suspiros.
Y es desesperante.
Trato de lavar cien veces
tus trapos sucios,
de curiosear entre los callos de tus dedos,
tus antiguas bondades.
El cenicero lleno,
la leña mohína,
listos todos para el galopante retroceso.
Sálvese quien sepa cómo.
Y que levante la copa quien pueda.



(Estelle Talavera Baudet)

El viaje


Antes de hacer la maleta
debes comprender algo:
el viaje, a pesar de las postales,
de los monumentos y las tabernas,
de las librerías y las catedrales,
es en el fondo una ruta hacia
el interior de uno mismo,
hacia el conocimiento de quiénes somos
y qué anhelamos y dónde quedaron
las huellas de nuestros sueños.

El viaje también sirve
para saber si, de regreso,
al mirar a los ojos
de tu compañera,
quieres pasar el resto
de tu vida junto a ella.


(José Ángel Barrueco)

Amantes


Somos como son los que se aman.

Al desnudarnos descubrimos dos monstruosos

desconocidos que se estrechan a tientas,

cicatrices con que el rencoroso deseo

señala a los que sin descanso se aman:

el tedio, la sospecha que invencible nos ata

en su red, como en la falta dos dioses adúlteros.

Enamorados como dos locos,

dos astros sanguinarios, dos dinastías

que hambrientas se disputan un reino,

queremos ser justicia, nos acechamos feroces,

nos engañamos, nos inferimos las viles injurias

con que el cielo afrenta a los que se aman.

Sólo para que mil veces nos incendie

el abrazo que en el mundo son los que se aman

mil veces morimos cada día.



(Jorge Gaitán Durán)

La insoportable levedad del ser (I)

Pero, ¿era amor? La sensación de que quería morir junto a ella era evidentemente desproporcionada: ¡era la segunda vez que la veía en la vida! ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso mismo empieza a fingir amor ante sí mismo? Y su subconsciente era tan cobarde que había elegido para esa comedia precisamente a una pobre camarera de una ciudad perdida, que no tenía prácticamente la menor posibilidad de entrar a formar parte de su vida.


(M. Kundera)

Mujeres

Empezó a cabalgar. Podía hacerlo, con sus 45 kilos. Yo apenas podía pensar. Hice pequeños movimientos, encontrándomela de vez en cuando. A ratos nos besábamos. Era bestial: estaba siendo violado por una niña. Se movía, me tenía clavado, atrapado. Era una locura. Sólo carne, sin amor. Mi niña, niña mía, ¿cómo puede tu cuerpecito hacer estas cosas? ¿Quién inventó a las mujeres? Con qué propósito?

[...]

Cuando acababa sentía como si fuera en la cara de todo lo decente, blanca esperma resbalando por las cabezas y las almas de mis padres muertos. Si hubiera nacido mujer seguro que hubiera sido una prostituta. Como había nacido hombre, anhelaba constantemente mujeres, cuanto más guarras mejor. Y sin embargo las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí."



(Bukowski)