Pocos son los autores que, a mi parecer, describen tan bien como Hesse las contradicciones de esas no dos, sino infinitas almas que hay viviendo en nuestro pecho. Y es que, para los que somos adictos a la intensidad, no es sencillo (ni deseable) resignarse a esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo
del burgués, esta bien alimentada y prospera disciplina de todo lo
mediocre, normal y corriente. ¿Cómo afrontar nuestra vida cuando el cambio es la única constante que puede movilizarnos y encender el motor de la no renuncia?
Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción.
[...]
Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamdos días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta conforatble temperatura de estufa.
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