Decir adiós no es fácil
aunque tengas palabras
y razones:
son dos sílabas.
Decir adiós no es fácil aunque pongas
las letras en el orden necesario:
Algún tiempo nos duran
distintos rituales, poca cosa,
instintos quizás que nos aprende
o enseña el cuerpo en esos días
solubles en la taza de que bebes:
guardarme en la bolsa por la tarde
esas chocolatinas que te gustan
y ponen siempre en el café;
reírnos de la vida y acabar
en bares con nombre de frontera;
o vivir
sin el despertador porque a las tantas
(o de buena mañana)
me llamas y me dices
que el mundo no te ama y que te mueres
y estás sola.
Decir adiós siempre parece
traición o cobardía y no importa
que sea del revés
(osar lo que nos hace
distintos por mucho que busquemos
andar entre lo que soñamos por el día).
En un escaparate
los calcetines de felpa e imposibles
que llevabas;
y verte tiritando el mes de enero;
contra natura
comprar rubio porque sé
que acabarás pidiendo fumar juntos;
pasar dulces veladas en Urgencias;
o meterme en la carne
tu dieta peculiar
(ternera y queso)
antes de la poesía.
Son las cosas
que no escriben la historia
las más lentas en irse;
se borra la pasión,
se borran en diez lenguas
(y varios alfabetos)
todos esos te quieros con la tinta
y el dedo que tal vez nos dibujaran
de veras o de espejo.
Adiós es una frase
con un nombre común
(o propio en que no creo)
y no resultará más fácil porque sea
mentira como tú,
como tus mitos.
Decirte adiós, pues, no sería,
verdad, así que ahora
te digo que no voy a decirte
adiós, me iré sin firma y cuando
los ritos más pequeños,
esos que eran
verdad tengan a bien morirse,
mi adiós ya habrás oído sin palabra.
[Andrés Piquer]
aunque tengas palabras
y razones:
son dos sílabas.
Decir adiós no es fácil aunque pongas
las letras en el orden necesario:
Algún tiempo nos duran
distintos rituales, poca cosa,
instintos quizás que nos aprende
o enseña el cuerpo en esos días
solubles en la taza de que bebes:
guardarme en la bolsa por la tarde
esas chocolatinas que te gustan
y ponen siempre en el café;
reírnos de la vida y acabar
en bares con nombre de frontera;
o vivir
sin el despertador porque a las tantas
(o de buena mañana)
me llamas y me dices
que el mundo no te ama y que te mueres
y estás sola.
Decir adiós siempre parece
traición o cobardía y no importa
que sea del revés
(osar lo que nos hace
distintos por mucho que busquemos
andar entre lo que soñamos por el día).
En un escaparate
los calcetines de felpa e imposibles
que llevabas;
y verte tiritando el mes de enero;
contra natura
comprar rubio porque sé
que acabarás pidiendo fumar juntos;
pasar dulces veladas en Urgencias;
o meterme en la carne
tu dieta peculiar
(ternera y queso)
antes de la poesía.
Son las cosas
que no escriben la historia
las más lentas en irse;
se borra la pasión,
se borran en diez lenguas
(y varios alfabetos)
todos esos te quieros con la tinta
y el dedo que tal vez nos dibujaran
de veras o de espejo.
Adiós es una frase
con un nombre común
(o propio en que no creo)
y no resultará más fácil porque sea
mentira como tú,
como tus mitos.
Decirte adiós, pues, no sería,
verdad, así que ahora
te digo que no voy a decirte
adiós, me iré sin firma y cuando
los ritos más pequeños,
esos que eran
verdad tengan a bien morirse,
mi adiós ya habrás oído sin palabra.
[Andrés Piquer]
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