Como algunas de las obras que he leído estos últimos meses, ésta no fue elegida directamente por mí, sino por el Club de Lectura al que voy cada semana. Debo reconocer que el que escojan mis lecturas a veces me cueste un cierto esfuerzo, pero también tiene una gran ventaja: me permite salir de mi zona de confort literaria y explorar horizontes hasta entonces desconocidos.
Probablemente por la diferencia de estilo entre Harper Lee y el grueso de los autores a los que estoy acostumbrada, no es éste un libro cuya prosa o grandes reflexiones me haya dejado marcada; no es una obra de ésas en las que cada página tiene alguna frase o fragmento subrayado. Pero, aún así, merece mucho la pena por un motivo de peso: el aire sencillo y desenfadado que la autora mantiene a lo largo de toda la historia para contar un hecha dramático que deja al descubierto las vergüenzas de la sociedad de un tiempo no tan lejano. Gran acierto ese narrador-niña en primera persona, esa ingenuidad que, como la expresión que da nombre al libro significa, acaba por perderse como consecuencia de los acontecimientos narrados.