- ¿Qué es la cosidad? –dijo la Maga.

- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.


viernes, 1 de abril de 2016

Purga (S.Oksanen)


Ayer terminé Purga y todavía me estoy recuperando. No de la dureza que se respira en cada página (que la hay, pero no es, bajo mi punto de vista, lo más relevante de la novela), sino de la sensación de haber leído una obra escrita con una técnica casi perfecta. Sofi Oksanen muestra, sin explicar, la relación intergeneracional entre dos mujeres de vidas complejas, unidas por la desgracia, y da vida a los personajes mediante sus propias acciones y sin apenas descripciones explícitas. Este particular estilo, junto con las frases cortas y los magistralmente hilados saltos en el tiempo, dotan a la acción de un ritmo que ha conseguido mantenerme atenta desde el primer capítulo al último.

La documentación de la autora, basada en vivencias de su propia familia, es otro de los puntos fuertes de Purga. Gracias a ello, uno acaba la novela sabiendo un poco más sobre Estonia, un país cuya Historia muchos hemos pasado por alto hasta que este libro ha caído en nuestras manos.

Por ponerle un único "pero", y sin revelar nada relevante sobre la trama, creo que el final deja un cabo suelto que debería haberse atado para que todo fuese redondo. Aún así, sin embargo, me parece una obra sobresaliente que, sin duda, recomendaré.



Aquí unos de los fragmentos más enternecedores del libro, a mi parecer. De los pocos que muestran un sentimiento de afecto entre dos personajes: Zara (una de las protagonistas) y su abuela:

Entonces notó una oleada de calor, y su abuela le sonrió. De esa sonrisa nació su primer juego compartido, que había brotado palabra por palabra y empezado a florecer de manera brumosa y amarillenta, como florecen las lenguas muertas, a chasquear con dulzura, como la aguja del gramófono, y a sonar como las voces bajo el agua. Entre silencios y susurros crearon un idioma propio. Era su secreto, su juego compartido. Mientras su madre se hallaba inmersa en las tareas domésticas, Zara sacaba cualquier cosa, un juguete, o simplemente tocaba algún objeto, y la anciana sentaba en su silla articulaba con los labios una palabra en estonio, sin pronunciarla en voz alta.

[...]

La abuela se había vuelto otra vez hacia la ventana y miraba el cielo. En invierno no podían tapar el cristal con mantas, aunque entrase la corriente, e intentaban sellarla de todas las maneras posibles, pero no había forma. Su abuela quería contemplar el cielo también de noche, cuando de hecho no se veía nada. Decía que era el mismo cielo de su hogar.

[...]

(Zara) se marcharía. Traería un montón de dinero para su abuela y a lo mejor incluso un telescopio.