- ¿Qué es la cosidad? –dijo la Maga.

- La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo. Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que Oliveira es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo.


sábado, 23 de marzo de 2013

La espada encendida (Neruda)


Poemas que, a la vez, duelen y curan. Casi siete años ya de aquel verano y no me resigno a crecer.





XIII

La culpa


El sufrimiento fue como una sangre negra
que por las venas subió sin descanso
cuando el goce bajaba del árbol de la vida:
allí estaban los dos hijos terribles del amor desdichado
en una selva
que de pronto se unió, piedra y enredaderas,
para ahogarlos sin ruido de agua entre las hojas,
para darles tormento en cada beso,
para empujarlos hacia la salida glacial.
Comenzaron por huirse y llamarse,
por agredirse en pie y amarse de rodillas,
morder cada rinción de los cuerpos amados,
herirse sin tregua hasta morir cada día
sin comprender, rodeados por los bosques hostiles
que compartieron algo y no sobrevivieron,
algo probaron que les quemó la sangre
y la naturaleza, nieve y noche,
los persiguió de nieve en nieve y de noche en noche,
de volcán en volcán, de río a río,
para darles la vida o aniquilarlos juntos.

El lobo estepario (I)

Pocos son los autores que, a mi parecer, describen tan bien como Hesse las contradicciones de esas no dos, sino infinitas almas que hay viviendo en nuestro pecho. Y es que, para los que somos adictos a la intensidad, no es sencillo (ni deseable) resignarse a esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y prospera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente. ¿Cómo afrontar nuestra vida cuando el cambio es la única constante que puede movilizarnos y encender el motor de la no renuncia?




Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción.

[...]

Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamdos días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta conforatble temperatura de estufa.